Garzón

por Corrás

Hace 25 años, en una visita a CCOO de Baleares para consultar un finiquito, estaba en la cola del abogado cuando se acercó un dirigente a la chica del mostrador acompañado por un amigo, antes de ir a su despacho le dio instrucciones para atenderlo antes que al resto.

Según se quedó a solas la chica del mostrador, envió al final de la cola al recomendado visiblemente molesta, con el comentario airado sobre la necesidad de recordar donde se está, que se representa, que se critica y la forma de dar ejemplo.

En este país de chapuceros a nadie le importa quién es, donde está, con quién se mete y la necesidad de dar ejemplo. Si pretendes sacar a relucir las vergüenzas de un sector de la derecha, sacando el puñal incluso con tus compañeros de trabajo y denunciar la injusticia de un sistema que se amolda a las necesidades de los delincuentes, tienes que ser escrupulosamente legal.

Sin embargo la discusión sólo gira sobre quién la tiene más larga o es más prevaricador. No puedes pretender convertirte en el campeador de la justicia, pasándotela por el forro amparándote en el derecho moral de estar en el bando adecuado.

De hecho si esa actitud se prolonga en el tiempo, poniendo en aprietos los procesos de instrucción, en algún momento hay que cuestionarse dónde están realmente depositadas las lealtades.

Debería tener más peso la existencia de delitos que el sectarismo, tanto en política como en los medios de comunicación, no puedes pedir respeto por el trabajo de los jueces sólo cuando las sentencias se ajustan a tus criterios ideológicos.

Si lo de Garzón ha sido una encerrona para inhabilitarlo por una práctica ilegal pero habitual, habría hecho un favor a la justicia de este país persiguiendo a cada juez poco escrupuloso con la ley, aún cuando fuese menos pinturero que todas las aventuras que se ha corrido con Willy Fog.

La triste realidad es que, colores al margen, en un sistema corrupto nadie ve la necesidad de eliminar esa corrupción, todos prefieren usarla como medio para acabar con los malos. Hoy el debate se centra en si hay una conspiración para acabar con Garzón o si tiene sentido condenar a alguien por cuatro trajes.

La única posibilidad de vivir en un estado de derecho es que se respete el sistema judicial y, como en el caso del sindicato, alguien tendrá que comenzar dando ejemplo.