La muerte

por Corrás

 Ante el final de la existencia propia o de seres cercanos sólo acertamos a visualizar miedo y dolor. Todo lo que conocemos nos impulsa a rechazar la idea de que forma parte de la vida.

Si la persona que muere es joven, tenía hijos o era bondadosa hablamos de injusticia, cualquier excusa vale para pretender que no debería de ocurrir, que es intrínsecamente mala.

«El sexto Sentido» hizo famosa la frase «en ocasiones veo muertos», como culminación inquietante a una buena película de terror sicológico, en ese contexto terrorífico donde nos resulta normal hablar de muertos.

Yo no veo muertos, pero soy consciente del paso de los años cuando al pasar por delante de algunos sitios o despertar de cualquier forma la memoria (olores, imágenes, palabras,…), sistemáticamente recuerdo a alguien que ya no está. Lo chirriante es que cuando estaba, ya le había dado pasaporte virtual.

Son contadísimas las relaciones que mínimamente cuidamos y a todos los efectos una buena parte de nuestros conocidos pasa a mejor vida en la forma en que los recordamos, antes de suceder el hecho físico.

Como todas las cosas que nos negamos a afrontar, sufrimos más los efectos de la negación:

  • Incapacidad de garantizar una muerte digna.
  • 30 años esperando a que sea demasiado tarde. ¡Llama ya!
  • Toda la vida renegando de las convicciones propias por imperativos del presente, cuando a largo plazo todos juzgaremos nuestras propias decisiones.
  • Si estamos contentos nos asusta morir.
  • Si estamos tristes nos asusta vivir.

Lo que siempre obviamos es que al igual que no estamos pendientes de respirar, digerir, mantener la temperatura corporal, no podemos vivir pendientes de cuando vamos a morir y no podemos morir conscientes de que no hemos disfrutado la vida.

El truco consiste en estirar las cosas buenas (la vida es muy larga) y pasar página lo antes posible con las malas (la vida es demasiado corta).

De hacerlo bién depende que la última película que vamos a ver sea una comedia o un drama.