El consumismo

por Corrás

Desde que tuve edad para pedir, siempre he disfrutado enormemente con las compras. Cuando el dinero lo ponían mis padres, la compra era el resultado final de un largo noviazgo con el artículo. Solía empezar con un encuentro casual, un flechazo y un decidido «lo quiero», al cabo de semanas o meses y tras superar duras puebas (asignaturas aprobadas), me convertía en el feliz propietario de un juguete, una bicicleta o un ordenador.

En mi casa no éramos pobres, pero no sobraba el dinero y cuanto mayor era el valor del objeto deseado, las pruebas a superar eran más arduas y requerían de más tiempo. Siempre me ha parecido que este fué el secreto para exprimir cada regalo: las maquetas de aviones las construía y las hacía volar, con la bicicleta recorrí 50.000 kilómetros en 5 años, incluyendo viajes a Portugal, Francia y Holanda y con el ordenador, de forma autodidacta, pasé de ser un mal camarero y peón de obra a ejercer de informático, diseñador y formador.

Durante esta época se me tachaba de consumista porque siempre estaba enamorado de la próxima compra y planeando que hacer con ella cuando estuviese en mis manos. Actualmente, la mayoría de compras se financian con mi sueldo y por una broma cruel (para un consumista), nunca ha sido muy grande, por lo que la cadencia de las compras se parece mucho a la de mi infancia.

Curiosamente en mi vida adulta, parte de mis conocidos también se han hecho una imagen consumista de mi persona, de manera que a la hora de realizar sus compras, son muchos los que me piden consejo para decidirse con las suyas. De hecho, siempre he gastado mucho más dinero de terceras personas en sus compras, que propio en las mías.

El único cambio que yo he notado es la diferencia en el acercamiento a las compras, hace años era habitual sentirse decepcionado con las nuevas adquisiones poque no cubrían las expectativas, actualmente no concibo hacer una compra sin teclear en google «producto review», visitando un montón de análisis en páginas especializadas y de aficionados, y cuando tengo dudas entre dos productos «producto1 vs producto2», haciendo la experiencia de compra mucho más satisfactoria.

Hoy por hoy son comunes las quejas sobre la rápida obsolescencia de los artículos de consumo, y sobre la planificada (deterioro acelerado de los artículos) no tenemos ningún control, pero la que está causada por la pérdida de interés tiene una solución fácil: espaciar las compras con noviazgos largos. Esto permitirá conocer en profundidad al objeto deseado, sus virtudes y diferencias con otros similares, saber de quién es y que el día del primer encuentro todo sea perfecto. El gran enemigo es la compra compulsiva y las que realizamos condicionados por terceras personas (compra por status).

En definitiva, consumista no es, como aparentan creer esas personas a las que he tratado a lo largo de los años, el que más desea comprar o está más informado sobre posibles compras, sinó el que más gasto realiza en bienes de todo tipo y más rápido desaparece su interés por la última adquisición.

Las soluciones obvias para evitar caer en el consumo compulsivo son criarse en una familia con una capacidad adquisitiva baja, y procurar tener, al incorporarse a la vida laboral, un sueldo lo más bajo posible. Para las personas que ya no están a tiempo de tomar estas medidas, sugiero que antes de hacer una compra por puro capricho, hagan uso del botón al pié de página, al margen de la cuantía de las donaciones (son a partir de 1 € y se garantiza un gasto reflexivo de las mismas), al ver el número de ellas en el extracto de la tarjeta, sabremos si tenemos un problema.